(aparecido en el
periódico LAS PROVINCIAS el 31 de
agosto de 2012)
El estudio del latín y del griego se
ha justificado muchas veces por su probada capacidad para facilitar el
aprendizaje de otras lenguas y porque el latín y el griego siguen de alguna
forma vivos aún en nuestra lengua, de manera que conocerlos es conocer mejor y
más profundamente nuestras propias lenguas. En efecto, más de la mitad del
vocabulario de, por ejemplo, el inglés —por no citar las lenguas romances—
proviene del latín y del griego, y muchas categorías gramaticales —como el
género neutro, los casos o el genitivo sajón— son más comprensibles si se tiene
conocimiento de las lenguas clásicas por antonomasia. Entendemos mejor nuestras
propias lenguas europeas si hemos aprendido que los sufijos –itis (renitis) y –algia (cefalalgia) designan inflamación y dolor respectivamente, que “recordar” significa literalmente
“volver al corazón”, que “cosmético” es lo que se usa para poner orden en la
cara (del griego kósmos, que
significa, en una de sus acepciones, “orden”) o que “educar” significa “sacar
adelante”. Asimismo, todo aquel que busca trabajo entrega su curriculum vitae; en las series
policíacas se habla del rigor mortis
del cadáver y del modus operandi del
asesino; cuando uno quiere relajarse, acude al SPA, que no es otra cosa que “Salud Por medio del Agua” (salus per aquam); y es muy frecuente oír
que un futbolista ha marcado un gol in
extremis. Sin duda alguna, estos serían ya argumentos de peso para considerar
cuando menos útil estudiar griego y latín. No obstante, me atrevería a decir
que no son en absoluto las ventajas más importantes, pues son argumentos que
supeditan el estudio de estas lenguas a otros fines y no destacan su valor por
sí mismas.
La esencia de la educación debe ser
una formación integral y una cultura general que permitan al alumno
desarrollarse mejor como persona y, en un futuro, desenvolverse en la vida.
¿Por qué, si no, se estudian tantas materias en la ESO y, sobre todo, en el
Bachillerato, en la fase formativa que debe alumbrar la vocación del estudiante?
¿Acaso todo lo que aprendemos lo aplicamos específicamente en nuestro día a
día? Personalmente debo reconocer que no recuerdo ya para qué sirve una raíz cuadrada
ni la tabla periódica; sin embargo, no reniego en absoluto de los conocimientos
de matemáticas o de física y química que adquirí durante más de diez años, y ni
mucho menos se me ocurre proclamar a los cuatro vientos que esas asignaturas no
valen para nada porque no hayan tenido posteriormente presencia alguna en el
ejercicio de mi trayectoria profesional. ¿Por qué, en cambio, los profesores de
Griego y Latín tenemos que estar oyendo continuamente, incluso de boca de
colegas, que nuestras materias no valen para nada? El físico Isaac Newton,
considerando unánimemente como uno de los más grandes talentos científicos de
la historia, escribió sus obras en latín, y no parece que sus extensos
conocimientos de las lenguas clásicas mermaran en algo su potencial científico
e investigador. Más bien, lo contrario.
Muchos conocimientos sirven para
estructurar el pensamiento y ennoblecer el carácter. ¿Cómo no iban a ser útiles
el griego y el latín, si en esas lenguas se compusieron las primeras obras de
la literatura occidental, las que son la base de toda la posterior literatura
occidental; si en esas lenguas se habló por primera vez de democracia, se
discutió de libertad e igualdad, se establecieron las bases del derecho que
ahora poseemos, se pusieron nombres a las distintas especies animales y
vegetales y se dieron respuesta a muchas de las cosas que han preocupado a la
humanidad?
Vivimos en una sociedad obsesionada
con el utilitarismo y con la obtención de beneficios a corto plazo, y
obviamente no critico ni lo útil ni lo beneficioso, pero la utilidad no debe
medirse por la inmediatez de los resultados, sino por la durabilidad de estos
resultados y por la fortaleza de los conocimientos adquiridos. Lo verdaderamente
importante es ser capaces de aplicar a la vida, no sólo en lo académico o profesional,
todo lo aprendido en la escuela, para así tener una mente crítica y juiciosa,
capaz de discernir lo justo de lo injusto, lo cívico de lo incívico, lo bueno
de lo malo, lo útil de lo inútil. Por otra parte, los profesores de Griego y
Latín, conscientes de la necesidad de adaptarnos a los tiempos, no nos quedamos
atrás en las denominadas nuevas tecnologías y, por ello, son cada vez más las
páginas web dedicadas al Mundo
Antiguo, los blogs e, incluso, las
asociaciones, como la
Sociedad Española de Estudios Clásicos, con más de 6.000
socios, que utilizan facebook y twitter como foro de debate y de
difusión de la cultura y lenguas clásicas.
Afortunadamente en países cuyos
índices en resultados educativos son claramente superiores a los nuestros, el
debate sobre la utilidad del griego y
del latín ni siquiera se plantea. Elocuente ejemplo de ello lo tuve hace unas
semanas en la XXXII
edición del Certamen Ciceroniano de Arpino (Italia), el concurso de latín más
importante del mundo, al que acudieron 291 alumnos de 17 países distintos ¡Cuál
fue mi sorpresa cuando hablando con distintos profesores y alumnos —con algunos
de ellos en latín, a veces la única forma de comunicarse— me entero de que en
Bélgica se puede llegar a estudiar en el instituto seis años de latín, cinco en
Alemania, Bulgaria, Hungría e Inglaterra, y siete en Italia! Para quienes no lo
sepan, aquí en España, hoy por hoy, los alumnos pueden estudiar como mucho tres
cursos de Latín y dos de griego, y sólo los que deciden escoger las ramas de
Artes y Humanidades o Ciencias Sociales y Jurídicas. Se me ocurrió preguntar a
una chica alemana de 17 años, que estaba en el concurso y que quería estudiar
Medicina o Veterinaria, por qué había estudiado tantos años de latín y de
griego (cinco y cuatro respectivamente), y ella, con cara de estupor, me
contestó que no entendía muy bien la pregunta: “¿No era acaso lógico?”, me
espetó. ¡Ah! El chico que ganó el concurso, también alemán, quiere estudiar...
¡Matemáticas!
A tenor de lo dicho hasta ahora, y
dada la crisis que la
Educación está sufriendo actualmente, no debería ser difícil
justificar la importancia de ofertar Griego y Latín en todos los centros
educativos —digo todos porque en alguno no se ofertan— e, incluso, de
constituirlos como asignaturas obligatorias (como hace diez años) para todos
los estudiantes, aunque fuera sólo durante un curso, pues de otra forma los
jóvenes es muy difícil que puedan en algún momento de sus vidas iniciar el
aprendizaje de estas lenguas por sí mismos. Como vemos, incluso desde una
perspectiva meramente utilitarista, el estudio del latín y del griego resulta
de provecho para la física, para la medicina o para las matemáticas… “Somos
hijos de la civilización latina y nietos de la griega”, dice Ricardo Moreno
Castillo de los clásicos, profesor, por cierto... de matemáticas, “depositarios
por tanto de un inmenso tesoro de sabiduría y pensamiento que debemos conservar,
porque sin él nunca entenderemos el presente. Y el valor de este saber es perenne,
por mucho que evolucionen los tiempos, y tenemos la obligación de transmitirlo,
como nos lo han transmitido todos los que antes de nosotros han amado la belleza,
el pensamiento y la ciencia”.
Esteban Bérchez
Castaño
Presidente de la Sociedad Española
de Estudios
Clásicos de Castellón y Valencia